El día que entras y el día que consigues salir son momentos que por mucho que hayas esperado nunca olvidas.
Nunca olvidas ese sentimiento de sentirte insignificante ante el mundo.
Ese sentimiento de no controlar tu vida y de creer que solo esas marcas por el cuerpo son las que te hacen sentir bien.
Nunca olvidas esas caras de preocupación de la gente que te quiere mientras intentan explicarte en vano que esa no es la solución, que solo te haces daño a ti mismo.
Nunca olvidas la sensación de que es lo único que te puede calmar, de que piensas que no se te valora, de que solo crees que no paras de equivocarte y de errar...
Pero tampoco olvidas ese momento o ese instante que te hace reflexionar, ese instante en el que ves verdadero terror en la cara de aquellos que te quieren ante la impotencia de no lograr cambios en tu actitud.
Nunca olvidas ese instante en que te das cuenta de que no puedes permitir que nadie te haga sentir así, en el que ves que si no te valoras tu nadie lo va a hacer.
Ese instante en que decides que el cambio debe empezar en ti mismo.
Ese instante en que te plantas ante todos los que propiciaron que llegaras a ese punto, les miras demostrando que vales mucho mas que ellos y que poco a poco te ira dando igual su actitud.
Simplemente no lo olvidas, forma parte de tu pasado que no puedes cambiar. Ya que por muchos años que pase, hay marcas que nunca se borran.
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